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Los méritos del emérito

Parece que el retiro del Rey don Juan Carlos I está siendo más movido de lo previsto. El padre de nuestro soberano está focalizando la atención de una parte de la clase política que está empeñada en retirar las imágenes del monarca que descansan en instituciones públicas. Nos estamos refiriendo a lo sucedido en el Parlamento de Navarra -Sala de Gobierno del Legislativo foral-, después de que la Junta de Portavoces aprobase una declaración presentada por Izquierda-Ezkerra para su retirada.
Pero todavía más, la portavoz de EH Bildu en el Congreso anunciaba que su grupo parlamentario solicitará la retirada de todos los retratos y estatuas del Rey Juan Carlos que haya repartidos en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo.
Y menos mal que la Mesa del Congreso rechazó la tramitación de la solicitud presentada por Unidas Podemos y otros partidos nacionalistas para investigar “posibles delitos” del anterior monarca, tras su abdicación. Se fundamenta esta decisión en el informe de los letrados del Congreso que oponía a cualquier indagación sobre las actividades de Juan Carlos I “ya que, aunque desde 2014 no sea inviolable, los hechos que se quieren analizar derivan de sus actuaciones cuando era jefe del Estado”.
Así pues, este ilustre miembro de la Familia Real no puede disfrutar de los beneficios que implican un retiro o una jubilación. “Creo que ha llegado el momento de pasar una nueva página en mi vida y de completar mi retirada de la vida pública” le escribía a su hijo, Felipe VI, en la carta que le dirigió con motivo de su “jubilación oficial”. Su situación parece más propia de un emérito que de un honorífico, considerando lo primero como “una persona que se ha jubilado y mantiene sus honores y alguna de sus funciones”, mientras que lo segundo define “enaltecer o premiar el mérito de alguien”.
Tanto Juan Carlos I como su esposa, mantienen vitaliciamente el título de rey y reina con carácter honorífico, tal como se recoge en la modificación del Real Decreto 1368/1987, de 6 de noviembre, sobre régimen de títulos, tratamientos y honores de la Familia Real y de los Regentes y donde asimismo se especifica que recibirán tratamiento de Majestad y honores análogos a los establecidos para el Heredero de la Corona, Príncipe o Princesa de Asturias. Incluso se expresaba gratitud “no es sino la forma de plasmar la gratitud por décadas de servicio a España y a los españoles”.
La Corona atraviesa tiempos convulsos a tenor de las acciones de determinadas fuerzas políticas poco o nada constitucionalistas. Bueno, ya hasta se han liberado sanciones por “ultrajar” una imagen de los soberanos.

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Normalidad, tal cual

Es indudable que esta pandemia del COVID no sólo está dejando huellas sanitarias, sino también sociales, económicas y…lingüísticas. Durante este periodo de tiempo que llevamos transcurrido desde que los ciudadanos estamos condicionados al modo de vivir que está provocando aquella y consecuentemente asistimos a un periplo de innovaciones con el que tenemos que convivir y que otros nos pautan.
En concreto y en relación con los “inventos” del nuevo “lenguaje covid”, el Gobierno se ha empecinado en introducir en nuestra conversación cotidiana, expresiones como “nueva normalidad”, “desescalada” o “cogobernanza”, amén de otras cuyo significado resulta más inteligible y que se prodigan tanto en medios de comunicación como entre ciudadanos y aparte de la nefasta palabra pandemia, proliferan: fases, confinamiento, movilidad, distancia social, rebrote, asintomático, contención, contagio, asimétrica, restricciones, vulnerables, flexibilidad…
En relación con la “nueva normalidad”, de la que ya disfrutamos en Galicia, se nos antoja como una redundancia. La normalidad siempre es normalidad, ya sea nueva o vieja. Si nos acogemos a lo que se dice en el DRAE “Cualidad o condición de normal. Volver a la normalidad”. Por ello, es obvio que le sobra lo de “nueva”. Se trata tan sólo de volver y en ello está que nos depare lo mismo que antes de la pandemia, cada cual con su vida laboral o profesional, social, convivencial… “Es importante que así sea, que el Gobierno de España y su Ministerio de Sanidad tomen las decisiones para garantizar un proceso de transición a la nueva normalidad coherente en toda España”, así se recoge en el “Plan para la transición hacia una nueva normalidad” elaborado por el Gobierno y fechado el 28 de abril. Sin embargo, en el mismo texto luego se explica “la incorporación de criterios sociales en la toma de decisiones es importante para limitar las posibles consecuencias negativas que la enfermedad, las medidas de confinamiento y la recuperación progresiva de la normalidad, puedan tener en determinados colectivos particularmente vulnerables”. Pues eso mismo, prevalece recuperar la normalidad sin necesidad de que sea nueva.
Y luego están los “palabros” que no reconoce ni el DRAE como tales expresiones: desescalada y cogobernanza. Si lo consultamos ya se nos dice que tales palabras “no están en el diccionario”. Textualmente “el Gobierno de España coordinará el proceso de transición a la nueva normalidad, el denominado proceso de desescalada” y también que “el estado de alarma incorpora la ‘cogobernanza’ en la gestión de la desescalada con las comunidades autónomas”. Buceando en el ciberespacio, se traduce más o menos como “interacciones y acuerdos entre gobernantes y gobernados, para generar oportunidades y solucionar los problemas de los ciudadanos, y para construir las instituciones y normas necesarias”.

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Tiempos de solidaridad y respeto

Es más que evidente que esta pandemia que estamos sufriendo nos está obligando a cambiar nuestros comportamientos sociales y hábitos de vida cotidianos. En realidad, se trata de seguir ejerciendo como ciudadanos, asumiendo las pautas básicas de convivencia, pero que en los momentos actuales, tienen que respetarse con más celo que nunca.
Es una etapa de nuestra vida donde más que nunca se hace necesario dar muestras de solidaridad y manifestar nuestro mayor grado sociabilidad aunque no es posible prodigarla. Es tiempo de respetar espacios personales, ahora rebautizados como “distancia social”; colas para acceder ordenadamente a cualquier establecimiento que está obligado a adoptar estas medidas de seguridad sanitaria; observancia de las normas y nuevos códigos sociales que se implantan para regular nuestra convivencia diaria debido a esta pandemia…
Porque nuestras costumbres cotidianas, como decimos, han mudado y tenemos que asumir las nuevas reglas para compartir un espacio común con nuestros convecinos. Desde hacer la compra hasta viajar, pasando por actividades tan singulares como ir a un bar o a una cafetería e incluso a un restaurante o lo mismo ahora que llega el buen tiempo, solazarnos en espacios tan atractivos como la piscina o la playa.
Y es que en estas últimas semanas, prácticamente los ciudadanos tenemos que estar al día en la lectura de un nuevo medio de comunicación como es el Boletín Oficial del Estado y que antaño se conocía como “La Gaceta”- desde que Carlos III decide otorgar a la Corona el privilegio de imprimirla y la publicación se convierte en un medio de información oficial que refleja los criterios y decisiones del Gobierno-. Pues bien, como decimos, asistimos a una inflación de información oficial relativa a las nuevas normas de conductas sociales a que nos obligan las medidas preventivas del COVID 19.
Nos estamos refiriendo a las recomendaciones y en otros casos, obligaciones, relativas a movilidad, paseos y actividad física en espacios públicos, uso mascarillas, prevenciones profilácticas para combatir la pandemia… Estos nuevos, y provisionales códigos sociales, forman parte de nuestros hábitos diarios. Son tiempos de eutrapelia, como tal virtud que modera el exceso de las diversiones o entretenimientos. Tiempos de restricciones y solidaridad y respeto con nuestros convecinos. No hace falta que nos lo diga el Gobierno, pues el sentido común es cuestión de cada uno y todos estamos integrados en el mismo núcleo social. Hoy, más que nunca, el ejercer de buenos ciudadanos tiene que ser nuestra prioridad.

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Foros desaforados

Hacía tiempo que no asistíamos a debates parlamentarios fuera de tono. Es más, teníamos la impresión que esta “tregua política” que había provocado la pandemia del COVID 19-hasta incluso los soberanistas catalanes se habían olvidado el “España nos roba” y otras lindezas similares independentistas-, estaba reflejando una quietud política exenta de exacerbados discursos, pletóricos de cargas de profundidad.
Pero no. Acabamos de comprobar que han vuelto por sus fueros los aforados que han utilizado el foro parlamentario para protagonizar desaforados debates. Y es algo más que un sutil juego de palabras. Nos estamos refiriendo a los “desencuentros dialécticos” con dirigentes del Partido Popular y VOX que protagonizó el actual vicepresidente segundo del Gobierno y otrora paradigmático líder de un partido político que luchaba para erradicar la casta y las puertas giratorias, Pablo Iglesias Turrión, con segundo apellido para que no se le confunda con el histórico fundador del PSOE.
Uno de ellos se produjo en el magno hemiciclo del Congreso de los Diputados-en donde, por cierto, la última sesión también resultó desabrida en la mayor parte de las intervenciones de los comparecientes – y por cuya palestra a lo largo de su historia han desfilado insignes y preclaros oradores quienes han dejado patente una clara aportación a lo que se entiende como parlamentarismo, donde las ideas se manifiestan mediante escogidas palabras, exentas de imprecaciones o vejaciones. Pues bien, nuestro Congreso actual-ubicado en el mismo Palacio de la Carrera de San Jerónimo- rezuma otras prácticas oratorias más propias de tabernas. No se trata solamente de utilizar una estrategia de comunicación cuyo único propósito es arrumbar a tu rival político y que en este sentido lo ves más como un “enemigo” que como adversario. Se trata de echar mano de expresiones que no están conformes a la doctrina de ese acendrado parlamentarismo y cuyo objetivo no es otro que conseguir que las mismas tengan incidencia mediática y que sin duda supone mayor repercusión que lo que se dice en una sesión del Congreso y que en la mayoría de las ocasiones sólo queda fielmente contemplado en el Diario de sesiones, aunque muchas veces, cuando la intervención del diputado raya con lo exabrupto, la Presidencia de la Cámara pide que no se recojan.
Es evidente que se requiere mucha cintura para ejercer hoy en día de representante público en un foro cameral en el que se está allí por elección popular. El buen tono debe presidir siempre las intervenciones pero un debate tiene que estar exento de visceralidades. Por ello, como decimos, cuando el ciudadano contempla estos rifirrafes, al margen de quien los protagonice, tendrá la sensación que algo está fallando y que no es necesario crispar una discusión introduciendo argumentos fuera de contexto y que va en detrimento de la imagen del político.

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