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La fuerza de la mirada

El hecho de que tengamos que usar la mascarilla como medida profiláctica y dentro de nuestras relaciones sociales, está propiciando una nueva forma de interrelacionarnos con nuestros convecinos y sobre todo en el momento de saludarnos.
Es evidente que al tener parcialmente tapado el rostro, no resulta tan asequible manifestar nuestra salutación y además, la mascarilla sólo deja al descubierto nuestros ojos y de ahí la importancia de dominar este aspecto de la comunicación no verbal como es la fuerza de la mirada. Los gestos de los ojos están íntimamente ligados a las emociones más profundas del individuo.
Es posible que ello también signifique que en más de una ocasión nos crucemos con conocidos y por esa solapada circunstancia, obviemos el saludo, pero claro, nunca será una falta de cortesía, sino un “accidente” social. Y por eso ahora mismo cobra enorme importancia el poder de la mirada cuando compartamos espacio con otras personas, pues las conversaciones, en cuanto al aspecto visual, únicamente se van a ceñir a los ojos y al contacto ocular, dado que nuestra boca, que es otra señal de la comunicación no verbal, queda oculta. Y más que nunca, ahora, hay que tener en cuenta esa recomendación básica y que es mirar a los ojos de nuestro interlocutor.
Debemos recordar que mirando a la persona que nos habla le estamos manifestando que nos interesa lo que nos dice. Sin embargo, hay que procurar un exceso de contacto ocular o una mirada demasiado fija. Si retiramos la mirada durante una conversación, estamos mostrando desinterés o timidez e incluso puede entenderse como sumisión o sentimiento de superioridad. Perder el contacto visual mientras se mantiene una charla es representativo de falta de interés en el tema, inseguridad o que la plática se está alargando más de lo necesario.
Y también es oportuno que tengamos en cuenta que el lenguaje de los ojos forma parte del juego de las relaciones humanas y que la mirada correcta es la que se dirige a los ojos o a la zona superior de la cara (la que rodea a los ojos). No olvidemos que las miradas forman parte de un canal de información que emite mensajes en paralelo al del lenguaje hablado y que, por tanto, hay que saber usarlas para que ambos canales estén sincronizados. La mirada puede enfatizar lo que se dice o restarle importancia, e incluso desmentirlo. Evitar el contacto ocular directo suele revelar que una persona miente, al igual que una mirada esquiva y por el contrario, mantenerlo sin pestañear corrobora la sinceridad de lo que se dice.
En resumen, las buenas maneras recomiendan observar los ojos de la persona que nos presentan, con la que se dialoga, con la que debemos mantener un contacto visual caracterizado por la mesura.

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Tiempos de solidaridad y respeto

Es más que evidente que esta pandemia que estamos sufriendo nos está obligando a cambiar nuestros comportamientos sociales y hábitos de vida cotidianos. En realidad, se trata de seguir ejerciendo como ciudadanos, asumiendo las pautas básicas de convivencia, pero que en los momentos actuales, tienen que respetarse con más celo que nunca.
Es una etapa de nuestra vida donde más que nunca se hace necesario dar muestras de solidaridad y manifestar nuestro mayor grado sociabilidad aunque no es posible prodigarla. Es tiempo de respetar espacios personales, ahora rebautizados como “distancia social”; colas para acceder ordenadamente a cualquier establecimiento que está obligado a adoptar estas medidas de seguridad sanitaria; observancia de las normas y nuevos códigos sociales que se implantan para regular nuestra convivencia diaria debido a esta pandemia…
Porque nuestras costumbres cotidianas, como decimos, han mudado y tenemos que asumir las nuevas reglas para compartir un espacio común con nuestros convecinos. Desde hacer la compra hasta viajar, pasando por actividades tan singulares como ir a un bar o a una cafetería e incluso a un restaurante o lo mismo ahora que llega el buen tiempo, solazarnos en espacios tan atractivos como la piscina o la playa.
Y es que en estas últimas semanas, prácticamente los ciudadanos tenemos que estar al día en la lectura de un nuevo medio de comunicación como es el Boletín Oficial del Estado y que antaño se conocía como “La Gaceta”- desde que Carlos III decide otorgar a la Corona el privilegio de imprimirla y la publicación se convierte en un medio de información oficial que refleja los criterios y decisiones del Gobierno-. Pues bien, como decimos, asistimos a una inflación de información oficial relativa a las nuevas normas de conductas sociales a que nos obligan las medidas preventivas del COVID 19.
Nos estamos refiriendo a las recomendaciones y en otros casos, obligaciones, relativas a movilidad, paseos y actividad física en espacios públicos, uso mascarillas, prevenciones profilácticas para combatir la pandemia… Estos nuevos, y provisionales códigos sociales, forman parte de nuestros hábitos diarios. Son tiempos de eutrapelia, como tal virtud que modera el exceso de las diversiones o entretenimientos. Tiempos de restricciones y solidaridad y respeto con nuestros convecinos. No hace falta que nos lo diga el Gobierno, pues el sentido común es cuestión de cada uno y todos estamos integrados en el mismo núcleo social. Hoy, más que nunca, el ejercer de buenos ciudadanos tiene que ser nuestra prioridad.

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Foros desaforados

Hacía tiempo que no asistíamos a debates parlamentarios fuera de tono. Es más, teníamos la impresión que esta “tregua política” que había provocado la pandemia del COVID 19-hasta incluso los soberanistas catalanes se habían olvidado el “España nos roba” y otras lindezas similares independentistas-, estaba reflejando una quietud política exenta de exacerbados discursos, pletóricos de cargas de profundidad.
Pero no. Acabamos de comprobar que han vuelto por sus fueros los aforados que han utilizado el foro parlamentario para protagonizar desaforados debates. Y es algo más que un sutil juego de palabras. Nos estamos refiriendo a los “desencuentros dialécticos” con dirigentes del Partido Popular y VOX que protagonizó el actual vicepresidente segundo del Gobierno y otrora paradigmático líder de un partido político que luchaba para erradicar la casta y las puertas giratorias, Pablo Iglesias Turrión, con segundo apellido para que no se le confunda con el histórico fundador del PSOE.
Uno de ellos se produjo en el magno hemiciclo del Congreso de los Diputados-en donde, por cierto, la última sesión también resultó desabrida en la mayor parte de las intervenciones de los comparecientes – y por cuya palestra a lo largo de su historia han desfilado insignes y preclaros oradores quienes han dejado patente una clara aportación a lo que se entiende como parlamentarismo, donde las ideas se manifiestan mediante escogidas palabras, exentas de imprecaciones o vejaciones. Pues bien, nuestro Congreso actual-ubicado en el mismo Palacio de la Carrera de San Jerónimo- rezuma otras prácticas oratorias más propias de tabernas. No se trata solamente de utilizar una estrategia de comunicación cuyo único propósito es arrumbar a tu rival político y que en este sentido lo ves más como un “enemigo” que como adversario. Se trata de echar mano de expresiones que no están conformes a la doctrina de ese acendrado parlamentarismo y cuyo objetivo no es otro que conseguir que las mismas tengan incidencia mediática y que sin duda supone mayor repercusión que lo que se dice en una sesión del Congreso y que en la mayoría de las ocasiones sólo queda fielmente contemplado en el Diario de sesiones, aunque muchas veces, cuando la intervención del diputado raya con lo exabrupto, la Presidencia de la Cámara pide que no se recojan.
Es evidente que se requiere mucha cintura para ejercer hoy en día de representante público en un foro cameral en el que se está allí por elección popular. El buen tono debe presidir siempre las intervenciones pero un debate tiene que estar exento de visceralidades. Por ello, como decimos, cuando el ciudadano contempla estos rifirrafes, al margen de quien los protagonice, tendrá la sensación que algo está fallando y que no es necesario crispar una discusión introduciendo argumentos fuera de contexto y que va en detrimento de la imagen del político.

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Mimetismo social

El confinamiento a que nos ha obligado la pandemia del COVID-19 está conllevando nuevas actitudes sociales. Hemos descubierto que la convivencia va más allá de compartir espacios urbanos fuera de tu propia casa. Ahora mismo, el hogar es el punto de referencia para nuestras relaciones personales y que obviamente no son sociales.
Sin embargo, podemos practicar las relaciones sociales con nuestros convecinos del entorno inmediato. Con esos mismos con los que hasta ahora nuestro único contacto se limitaba exclusivamente a las conversaciones “de ascensor”, ya saben, lo de cómo está el tiempo. Eso sí, cualquier relación siempre manteniendo las distancias recomendadas por eso de eludir cualquier riesgo de contagio. Aquí se mezclan las medidas preventivas determinadas por las autoridades sanitarias y la propia cautela personal de cada uno. Todo esto nos induce a actuar por mimetismo social, en acciones solidarias hacia los demás con el afán de compartir un nuevo espacio.
Y así, la sociedad ha descubierto una nueva forma de comunicación, quizás con reminiscencias tribales, como son las citas y convocatorias diarias y que se hacen a través de redes sociales y que nos emplazan a una comparecencia pública en nuestras ventanas y balcones con el propósito de tributar cálidos homenajes populares, expresados por medio de vítores y aplausos, a aquellos colectivos que ahora mismo están en lo que se llama eufemísticamente “primera línea” de esta alerta sanitaria, y en especial el directamente relacionado con los profesionales de la sanidad o de la salud y por supuesto sin obviar a otros como las fuerzas de seguridad o aquellos que día a día están atendiendo aquellos ámbitos que son necesarios para nuestra supervivencia-supermercados, tiendas de alimentación y de higiene, farmacias, limpieza y saneamiento, correos y mensajerías, transportistas, medios de comunicación…. Y muchos más que a veces quedan solapados o sumergidos en el anonimato social.
El propio Papa Francisco en una reciente alocución se ha referido precisamente a la situación actual que afecta a las unidades familiares confinadas en sus hogares y lo hizo recomendando redescubrir y valorar los gestos cotidianos durante el tiempo que permanecerán juntos, “Debemos redescubrir lo concreto de las pequeñas cosas, de los pequeños cuidados que hay que tener hacia nuestros allegados, la familia, los amigos. Comprender que en las pequeñas cosas está nuestro tesoro. Hay gestos mínimos, que a veces se pierden en el anonimato de la vida cotidiana, gestos de ternura, de afecto”. Y añadió que estos gestos familiares de atención a los detalles de cada día que “hacen que la vida tenga sentido y que haya comunión y comunicación entre nosotros”.

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Roce social

Sin duda que esto del “coronavirus” ha alterado nuestra vida social. No hablamos de las medidas sociosanitarias que se están tomando para evitar contagios, sino también cómo afecta a nuestras relaciones sociales cotidianas y especialmente el contacto con nuestros convecinos. Nos referimos a un contacto de cortesía y que por otra parte, con la declaración del Estado de alarma, se han reducido estas relaciones sociales a la más mínima expresión, por no decir que cuasi se han vetado.
Pero aprovechando la cuestión, queremos hablar de la escenificación social del saludo. Algo tan cotidiano como darse la mano, un abrazo o unos besos, se ha convertido en una acción de riesgo, empezando por la propia recomendación que hacen las autoridades sanitarias. Incluso los medios se han hecho eco de varias formas, poco ortodoxas, de saludarse, más allá de las convencionales y tradicionales. Pero incluso, los obispos gallegos han difundido una nota con una serie de recomendaciones cuando se participa en alguna celebración litúrgica como por ejemplo “mantener la indicación de evitar dar la mano y otras formas de contacto físico en el rito de la paz” recordando que según lo previsto en las normas, es posible “prescindir de este rito en estas circunstancias”.
Cabe recordar que el saludo es la forma en que indicamos a los demás que hemos advertido su presencia y les demostramos los sentimientos que nos inspiran. Es tan necesario en sociedad que la forma más contundente de expresar el enfado con una persona es negarle el saludo, cosa que se interpreta como un desprecio o incluso un propósito deliberado de ofenderle. Pues bien, como decimos, estos días los ciudadanos tendemos a evitar estas expresiones consuetudinarias de saludo-apretón de manos o el beso en la mejilla que, por cierto, siempre ha de ser “seco”-. No implica, pues, un desaire el evitar estas fórmulas, lo que pasa es que, por inercia, se tiende a no proliferar con las mismas.
Así pues, en estos tiempos tan inciertos en cuanto al tipo de relación que hay que mantener con nuestros congéneres, es cuando cobra valor la aplicación de que lo que se entiende por “proxemia” y que contempla el análisis de los comportamientos no verbales referidos a la utilización del espacio en el que se produce la relación entre una persona y sus semejantes. El hábito latino de relacionarse a una distancia muy próxima a nuestros semejantes como gesto de confianza es propio de culturas de contacto y donde también encuentran los países de la Europa mediterránea y árabes, mientras que las culturas de “no contacto” abarcan países del norte de Europa y América y Japón.
Edward Hall, el antropólogo que precisó este concepto de proxemia, estableció una “zona íntima” de aproximación y que abarca la comprendida entre 15 y 46 centímetros de distancia y es apropiada para personas de nuestro círculo íntimo, familiares o amistades y luego la “zona social” que comprende de 1,20 a 3,60 metros y adecuada con personas ajenas a nuestro entorno y que es la distancia habitual en las reuniones formales.

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La investidura-otra vez-

Se repiten tanto que da la impresión que nuestros comentarios también son reiterativos. Sin embargo, la actualidad política de un tiempo a esta parte se ha vuelto tan monótona y repetitiva que estamos instalados en un permanente “déjà vu”. Se reproducen procesos electorales y consecuentemente sesiones constituyentes del pleno del Congreso de los Diputados y por ende de investidura. La fotografía se repite y además con idénticos protagonistas.
Y si se repite la imagen, también volvemos a asistir a un nuevo espectáculo en la magna sede que acoge el Palacio de la Carrera de San Jerónimo. Nos estamos refiriendo al desarrollo de estas sesiones, que además tienen el carácter de solemnidad, pues no son ordinarias. Aunque muchas veces las “ordinarias”, como obviamente las solemnes, asimismo están plagadas de “ordinarieces” (para el DRAE, “Falta de urbanidad y cultura” o “Acción o expresión grosera”).
Intervenciones subidas de tono, descalificaciones, abusos adjetivos vejatorios, broncas… La misma película de siempre. Es como si le hubiésemos dado al botón de rebobinado. Las faltas de respeto y al decoro parlamentario es el pan nuestro de cada día en estas sesiones y a buen seguro, por mor de cómo está conformada la Cámara actual, de las próximas a las que asistiremos.
“¿Cree que me importa la gobernabilidad de una España que tiene a mi hermana y a mi gobierno en el exilio?»; “El Rey el 3 de octubre hizo un discurso autoritario y no propio de una democracia»; “Hemos asistido a un espectáculo degradante. Hay un problema de convivencia y de tolerancia en España»; «Necesitamos más moderación y sentido de Estado”; “Estamos tolerando insultos, pero se ha generalizado”… Son algunas de las frases que se han esgrimido en esta nueva reedición de la también nueva-aunque en realidad tampoco lo era-sesión de investidura de Pedro Sánchez y donde, por cierto, la oposición le pidió varias veces a la presidenta de la Cámara que aplicase el Reglamento de la misma, en concreto el artículo 103 y que contempla una de las cuatro razones para llamar al orden a los diputados «cuando profirieren palabras o vertieren conceptos ofensivos al decoro de la Cámara o de sus miembros, de las Instituciones del Estado o de cualquiera otra persona o entidad».
Y es que una vez más, hay que reproducir aquel pensamiento de José María Pemán sobre el Congreso de los Diputados “Siempre han sido una gran tertulia política, donde se decían bonitos discursos y se divagaba sobre todo lo humano y lo divino. Desde allí jaleaba a los oradores. Y estos, arrastrados por el aplauso, pensaban en lucirse más que en hacer cosas prácticas para España”.

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Profesores acosados

El sindicato docente ANPE advierte respecto a la «estabilización» del número de casos de acoso y violencia hacia profesores tras registrar durante el curso 2018-2019 más de dos mil intervenciones de esta naturaleza a través de su servicio “El Defensor de Profesor”. Esta circunstancia hace concluir a dicha organización que se ha dado prácticamente la misma cifra que en curso anterior lo que pone de manifiesto que “las situaciones de conflictividad están lejos de erradicarse de los centros escolares», según fuentes de la misma.
Otro dato extraído de la memoria y respecto a las actividades del Defensor del Profesor, es que la mayoría de los docentes proceden de la enseñanza Secundaria, un 44,4%. Precisamente este servicio de la ANPE surgió en el 2005 para atender solicitudes de ayuda de los docentes ante situaciones de violencia o acoso en las aulas. En cuanto a las características de los casos denunciados se mantienen porcentajes parecidos curso anterior, aunque registrando ligeros repuntes en situaciones de falta de respeto del alumnado a los docentes o de amenazas y violencia entre estudiantes. Se dan casos habituales de alumnos que pretenden «humillar» a los profesores o formulando amenazas a su profesión: «Voy a acabar con tu profesión” o “voy a hacer que te echen” son algunas de las frases más frecuentes.
Otra conclusión que se extrae de la referida Memoria de la ANPE y que acaba de hacerse pública, son pequeños repuntes en los problemas con padres y madres, “donde se registran ligeros aumentos en los casos de acoso, denuncias o acusaciones carentes de fundamentos”. Para dicho sindicato profesional, estos últimos suponen ya el 26% de los casos de problemas de profesores con las familias. «Las madres y padres utilizan cada vez más los whatsapp de grupos de clase para realizar acusaciones, descalificaciones o injurias a los profesores, que no pueden defenderse”, asevera fuentes de esta organización.
A la vista de estas conclusiones, no queda más remedio que reflexionar en voz alta respecto a la situación de la enseñanza en nuestro país. Todas estas situaciones que se producen en el ámbito de los centros y de las propias aulas nos conducen a una respuesta contundente: falta de respeto hacia el profesional de la enseñanza como consecuencia de una carencia de educación entre los discentes. Y esta es también consecuencia de que la misma, y lo hemos dicho aquí mismo hasta la saciedad, no se produce desde la base que no es otra que la familia porque, lo reiteramos nuevamente, la familia educa y el colegio forma.
Además, como colofón, la ANPE asegura que “todas estas situaciones, con independencia de sus causas, tienen un impacto emocional en el profesorado que repercute en el ejercicio de la docencia y en la calidad educativa».

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Más educación igual a menos violencia

Esta es la noticia tal como apareció en los medios: “La Policía Nacional ha detenido a las dos estudiantes de 14 años que presuntamente agredieron a otra de la misma edad a las puertas del instituto Francisco de Quevedo, en el barrio de San Blas. Las estudiantes han sido puestas a disposición de la Fiscalía de Menores por un delito de lesiones. Asimismo, la Policía ha imputado un delito contra la intimidad a la joven que grabó el vídeo y lo difundió en las redes sociales. En las imágenes se ve como la chica es golpeada sin que nadie hiciese nada”. La joven fue perseguida por las agresoras y acorralada por un grupo de alumnos. Fue insultada y arrojada al suelo donde la golpearon produciéndole lesiones por las que tuvo que ser hospitalizada.
Ha sido otra vuelta de tuerca de un tema que se ha convertido en un problema en la sociedad actual. Ya no es una cuestión de acoso, lo que se entiende por “bullying”, ya se trata de un delito en toda regla porque existe una agresión física y una vejación, con protagonistas activos y pasivos, siendo éstos quienes contribuyen a difundir esas execrables imágenes que luego se dispersan por las redes sociales. En este caso, obviamente, las autoridades educativas han activado el protocolo para acosos y agresiones y el propio centro va a determinar las medidas disciplinarias a aplicar contra las agresoras, tal como contempla en el Decreto de Convivencia, de reciente aprobación, que recoge como falta muy grave «el uso de la intimidación o la violencia, las agresiones, las ofensas graves y los actos que atenten gravemente contra el derecho a la intimidad, al honor o a la propia imagen o la salud contra los compañeros o demás miembros de la comunidad educativa».
Lamentablemente, escenas como las descritas se han convertido en parte del paisaje social actual y es realmente inquietante este grado de violencia entre jóvenes y adolescentes, provocando situaciones que ponen de manifiesto que nuestra sociedad adolece de unos valores que sustenten sus pilares y eviten un resquebrajamiento social. Hoy en día el acoso, no hace falta bautizarlo como “bullying”, pues nuestra lengua tiene suficientes recursos para definirlo con toda claridad y entendimiento, es una práctica tristemente implantada en un sector de población que precisamente está atravesando por una etapa delicada dentro de su formación personal y que, por lo tanto, necesita todo el apoyo de su familia para alcanzar una educación integral que les permita convertirse en, como antes se decía, “personas de provecho” o básicamente, en unos correctos ciudadanos que tienen que compartir espacios con otras personas y donde el respeto ha de ser la pauta a seguir.
Escribía Ortega y Gasset: “La educación es transformación de una realidad en el sentido de cierta idea mejor que poseemos y la educación no ha de ser sino social, tendremos que la pedagogía es la ciencia de transformar las sociedades”.
Apliquemos más pedagogía a nuestra vida y transformemos la sociedad utilizando la educación.

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Teléfono en las aulas

La Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid está ponderando la posible aprobación de una normativa mediante la cual se prohibirá el uso del móvil en las aulas en horario lectivo, aunque todavía no se ha definido cómo se articulará esta actuación, eso sí, se valorará su utilización en momentos puntuales como herramientas didácticas. Se aplicaría en colegios públicos y concertados. Esta Comunidad no será la primera en establecer tal prohibición si no es con fines educativos. Ya hay antecedentes en otras Autonomías. Y nuestros vecinos los franceses tomaron esta decisión hace unos meses.
Se justifica esta medida en que la misma beneficia a los alumnos con más problemas en el estudio. La cuestión está en saber donde está la línea divisoria entre uso didáctico o no y uso de ocio. No obstante, es algo manifiesto que existe una gran preocupación respecto a la adición de los niños y adolescentes a los teléfonos móviles. Hay un estudio que indica que en los colegios donde se habían prohibido, los alumnos con buenas calificaciones las mantenían, pero aquellos con peor trayectoria experimentaban una mejoría.
Debates al margen, es algo incuestionable que niños y adolescentes están adscritos a las pantallas, sean éstas de móviles o de tabletas. Para la Fundación Anar-Ayuda a niños adolescente-, se establecen los 15 años como la edad ideal para que tengan su primer móvil, justificando: “para evitar, también, que haya más casos de bullying o sexting, ya que la madurez del menor será mayor y tendrá un sistema cognitivo más desarrollado”. En otro informe sobre el uso de móviles menores, Eu Kids online- proyecto de investigación diseñado para examinar las experiencias de uso-, riesgos y seguridad onlinede los niños, niñas, padres y madres en Europa- precisa que el porcentaje de adolescentes que se aburren sin conexión a Internet se ha triplicado en los últimos años en España y añade que ellos mismos reconocen que no pueden pasar de sus móviles.
Estos datos no dejan de ser una alerta social y por eso la Administración tiene que vigilar que en determinados contextos, el móvil tiene que estar apagado o retirado. De la misma manera que se pide que cuando se asiste a un espectáculo público en un local cerrado, el móvil se desconecte; tiene más justificación que se haga lo mismo durante unas clases que es un periodo lectivo. Y si se quiere hacer uso de las tecnologías de la comunicación, hay otros soportes que si están admitidos por su eficacia didáctica.
Cómo han hecho otras generaciones que acudían al colegio llevando solamente un bocadillo. Hoy se ha cambiado por un teléfono.

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Vigilar o prevenir

La propuesta de la Fiscalía General del Estado para instalar cámaras en las aulas con el propósito de frenar el incremento de abusos sexuales a menores, ha suscitado polémica con sectores educativos y políticos e incluso con otros del ámbito judicial. Aquella iniciativa ha sido consecuencia de la Memoria del Ministerio Público donde se ha detectado un “claro incremento de los casos de delitos sexuales en los últimos años” y además “se consolida una línea clara y acusadamente ascendente en los últimos años». También explica que un relevante número de estos delitos tienen como víctimas a menores y se llevan a cabo «por personas cercanas a la víctima.
El revuelo que ha provocado esta propuesta ha tenido reflejo tanto en medios de comunicación como en redes sociales, lo que incluso supuso que se matizase que aquella era sólo una sugerencia en base a la evaluación de una situación delictiva que está en aumento. “La gravedad de ciertas denuncias y lo delicado de los entornos en que se producen los hechos (espacios de encomienda o custodia de menores para su cuidado, educación, entrenamiento, etcétera) podría llevar a normalizar la adopción de medidas de grabación en vídeo de espacios cerrados (despachos, aulas…)”.
Entendía además la Fiscalía General del Estado que esas grabaciones “disuadirían de la comisión del delito o facilitaría la siempre problemática acreditación de los hechos” y también evitaría «que determinadas personas se vean sometidas a tan lacerantes como infundadas sospechas o imputaciones».
La cuestión no es sólo de carácter de jurisprudencia sino que está directamente relacionada con propio comportamiento personal, con la condición humana en lo que atañe a la formación humanística de cada individuo. Es lo que se entiende sencillamente por educación, pero educación en valores. Ya hemos hablado de ello en más de una ocasión. El por qué de cómo actuamos, es consecuencia de la educación que hemos recibido. El nivel de sociabilidad de cada uno es fruto precisamente de la misma y sobre todo, de cómo nos han educado en el seno familiar. Este es el punto de partida.
Si queremos evitar que nuestra juventud protagonice acciones execrables y censurables, es básico que se les inculquen esos valores que han de presidir cualquier relación humana. Es mejor prevenir que tener que adoptar medidas de vigilancia.

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