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El tarareo nacional

En los últimos días, hemos escuchado en distintas ocasiones nuestro himno nacional, si bien por motivos distintos. Unos de Estado y otros deportivos. Y como todos saben, de nuestra marcha nacional sólo tenemos la música, de ahí que cada vez que suena en un espacio donde hay público, los concurrentes, sólo tienen la opción de tararear esa composición conocida también por “marcha real” o “marcha granadera”.
Obviamente, condiciona mucho el escenario donde se escuche, pues no ha sido lo mismo cuando se interpretó la última semana en el Palacio Real o en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo, en una atmósfera solemne que induce a escucharlo en silencio y con respeto, que hacerlo en un estadio de fútbol, como ocurrió hace unos días en Brasil cada vez que jugaba nuestra selección española, aunque en esta ocasión, nos quedamos con ganas de escucharlo más veces.
Y es que eso de no tener letra, provoca situaciones como la que hemos vuelto a vivir recientemente en este campeonato mundial de futbol, cuando después que hubiese sonado nuestro himno musical, se puso el de la selección chilena que, una vez terminada la música, todos los aficionados, en considerable cantidad como para que se les oyese en todo el estadio, siguiendo cantando su himno “a capela”, por lo que su interpretación se prolongó más que el de España.
Pero esto no es nuevo, porque pasó lo mismo con ocasión de la final del campeando de futbol de la Copa de Confederaciones entre España y Brasil, los jugadores brasileños, cantaron eufóricamente su himno, por lo que parece ya una estratagema psicológica eso de que en todo el estadio al unísono siga entonando el himno, una vez terminada la música.
Pero de momento, mucho nos tememos que, a pesar de los intentos y conatos producidos, seguiremos teniendo un himno nacional que a pesar de su abolengo, pues primeros antecedentes lo sitúan durante el reinado de los Reyes Católicos, carecerá de letra. En su momento el Comité Olímpico Español había convocado un concurso, juntamente con la Sociedad General de Autores, para dotar de letra al himno, pero finalmente no se logró un acuerdo o consenso para definirla. Es que en esta España nuestra, tan diversa y vertebrada, consensuar una letra para el himno nacional, se nos antoja como una utopía.
Así que mientras, cuando en un espectáculo deportivo suene esta marcha, seguiremos tarareándola, eso sí, a pleno pulmón y con mucho entusiasmo, más que nada para solapar otras interpretaciones “a capela” que se están poniendo de moda. Lo que pasa es que hasta ahora, el único acontecimiento deportivo de masas que nos permitía esa euforia chauvinista, era el fútbol, pero a tenor de los últimos acontecimientos, habrá que reservar el tarareo para nuevas citas. Y a lo mejor, mientras tanto, aparece una letra “consensuada” para acompañar la música.

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Gestos, símbolos y estética del poder

Toda la puesta en escena que en los últimos días hemos visto con motivo de la abdicación de Juan Carlos I y la proclamación de Felipe VI, desde el mismo momento del anuncio hecho por parte del ya anterior monarca y hasta la ceremonia celebrada en las Cortes oficializando el relevo al frente de la Casa Real, ha respondido a una cuidada estrategia en la que han tenido enorme importancia los gestos, los símbolos y la estética, que a la postre es la materialización plástica del propio poder.
Porque estos días mucho se ha hablado, y se seguirá hablando, a propósito de estos acontecimientos que pasarán a formar parte de la historia de España. Obviamente, no ha sido un mero cambio de personas al mando de la Jefatura del Estado. No ha sido un cambio de cromos. La proclamación de un soberano entra dentro de la praxis ceremonial de alto nivel y en ella funciona lo que entendemos como protocolo de Estado, sin profundizar en cómo se han interpretado algunos de los movimientos producidos.
El poder tiene un lenguaje y este se muestra exultante y en todo su esplendor en las grandes ocasiones, como ha sucedido en éstas. Se magnifica con una tramoya, con una expresión plástica, con un minucioso ceremonial que va marcando las pautas en cada momento, exaltando personas en espacios.
Para los estudiosos del protocolo, para los profesionales y para futuros profesionales del mundo de los eventos, lo que se ha vivido en los últimos días ha sido una lección práctica. Con sus matices, pero una lección a la postre.
Obviamente, como en todo, la aplicación del protocolo no es sólo la aplicación de una normativa, hay mucha más casuística y hay una forma también de entender esa puesta en escena protocolaria. Cuestión de subjetivismos interpretativos.
Se debate la ausencia del padre del nuevo rey y anterior monarca en el acto del Palacio de la Carrera de San Jerónimo. La ubicación de algunos invitados. La indumentaria elegida por Felipe VI para este magno evento. El gesto de la cesión de su sitio, por parte de Juan Carlos I a su hijo, en el acto de la firma de la sanción de la ley de Abdicación. La conveniencia o no de haber invitado a representantes extranjeros. La sencillez de la propia ceremonia exenta de grandes boatos. La jura ante las Cortes sin ningún crucifijo…
Opiniones para todos los gustos que se irán disipando con el paso de los días, pues sólo nos quedará en la retina la visualización de toda la película vista la última semana y protagonizada por Juan Carlos I y Felipe VI y para la memoria, la f echa del 19 de junio como el día en que España recibió a un nuevo Rey. Un rey para el siglo XXI y que tendrá que adecuar sus gestos a los nuevos tiempos. La nuestra no es una monarquía rancia, pero su ceremonial de protocolo está asentado en la propia historia. Cualquier interpretación aleatoria, no dejan de ser frivolidades.

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La Casa (Real)

Dentro de pocos días habrá, como suele decirse y con todo el respeto, “chico nuevo en la oficina” o si lo prefieren, nuevo inquilino en Zarzuela. Nuestro monarca, después de casi cuatro décadas, ha entendido que ha llegado el momento de traspasar el cetro y la corona a su heredero, del que ya nos ha dicho en su mensaje de anuncio de su abdicación, que “tiene la madurez, la preparación y el sentido de la responsabilidad necesarios para asumir con plenas garantías la Jefatura del Estado”.
Es obvio que ha sido la noticia no del día o de la semana; ni siquiera del mes. Tiene rango para ser la noticia del año. Y ahora que estamos metidos en pleno proceso constitucional para formalizar el relevo y que se sabe que el 19 de junio es la fecha avanzada para que don Juan Carlos le ceda los atributos reales a su hijo el príncipe Felipe, mientras tanto, surgen las especulaciones inherentes a esta situación.
En concreto, sobre lo relacionado con el estatus de quien hasta ahora es nuestro soberano y sobre qué tratamiento va a recibir y qué funciones va a desempeñar. Y con él, por supuesto, su esposa, la reina doña Sofía. Y lo mismo en cuanto a las precedencias protocolarias, porque es obvio que van a seguir participando de una manera u otra en actos públicos.
Ya se conoce que en cuanto al estatus, estará contemplado en un real decreto y que según refirió el ministro de Justicia, Notario Mayor del Reino, regulará los derechos y obligaciones del ex monarca. Sobre el tratamiento o dignidad que recibirá, también se están barajando opciones. Como opinaba nuestro compañero Carlos Fuente en estas mismas páginas, tanto don Juan Carlos como doña Sofía, deben conservar el tratamiento de majestades y los honores de reyes, “siguiendo así una norma no escrita que cumplen todas las casas reales europeas”. En otros círculos aparecen otros tratamientos que se le pudieran conceder, como Rey Padre, por ejemplo. En cualquier caso, esa facultad la tendrá su hijo como nuevo rey y al igual que hizo su padre con él cuando le otorgó honores a los miembros de la Familia, la Real y la del Rey. No obstante, fuentes de Zarzuela aseguran que Don Juan Carlos y Doña Sofía no van a utilizar ninguno de los títulos de la Corona una vez se haga efectiva la abdicación del Rey. Habrá que aguardar a los términos de dicho Real Decreto donde obviamente se contemplará la fórmula a aplicar.
Y en cuanto al futuro papel del Rey, así como de la Reina, habrá que esperar a lo que resuelva don Felipe, eso si, de conformidad con el Gobierno, aunque está claro que en función del estatus asignado, no va a estar muy alejado de la vida social, por lo menos a tenor de la dignidad y los honores que conlleva la figura.
En cualquier caso, Don Juan Carlos ejercerá como soberano hasta el día siguiente a la firma de su abdicación en una ceremonia solemne que tendrá lugar en el Palacio Real, una vez que se publique en el Boletín Oficial del Estado.
Y mientras, también se está especulando sobre la pompa y boato de la ceremonia de coronación de Felipe VI, pues se comenta que tendrá la solemnidad adecuada a los tiempos, que son austeros y que a lo mejor se queda como una ceremonia doméstica, pues, según Zarzuela, no se ha invitado a mandatarios extranjeros a la ceremonia. También se ha informado que tampoco habrá misa de proclamación, como sucedió con la coronación de nuestro actual monarca. Tampoco está claro si en la Jura ante la Cámara, el futuro soberano tendrá delante un crucifijo. Tratándose de una monarquía católica, parece lo más coherente. De hecho, como ya se ha comentado otras veces, en los actos de toma de posesión de los miembros del gobierno en Zarzuela, junto a los Evangelios, hay un crucifijo.
Los próximos días, se seguirán produciendo más noticias y concretando detalles. Mientras tanto, como decimos, continuarán los trámites que marca la Constitución para formalizar este histórico relevo en la Casa Real.

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La mesa

Nos llamó poderosamente la atención la fotografía difundida con motivo de la participación de la infanta Doña Elena en la reunión de las Reales Maestranzas de Caballería celebrada en la capital maña y donde asistió a la ofrenda ante la Virgen del Pilar y recibió el Lazo de Dama Maestrante que le impuso el teniente de hermano mayor de la Real Maestranza de Caballería de Zaragoza.
Y decimos que nos llamó la atención porque la susodicha mesa presidencial en cuestión- el acto se celebró en la Casa de la Real Maestranza de Caballería de dicha ciudad (Palacio de Don Lopeo)-, resultaba demasiado corta para albergar a todas las personas que allí estaban, cinco en total. Y por ese motivo, tal como se aprecia perfectamente en la foto, dos de ellas estaban prácticamente fuera de la mesa.
Cuantas veces se habla a propósito de la importancia que tiene en cualquier acto cuidar su puesta en escena, lo que implica atender a los más mínimos detalles y dentro de ello, por supuesto, la propia mesa presidencial del evento, que es un punto en el que van a estar fijadas todas las miradas. De ahí la necesidad de adecuar siempre esa mesa al número de personas que la van a ocupar y evitar así escenas como la descrita.
Ignoramos el motivo por el qué la institución anfitriona del acto, no se ocupó de este detalle. Seguro que esa mesa es suficiente para llevar a cabo sus actividades habituales, pero seguro también que no está previsto que acoja a ese número de personas. Es posible también que el magnífico tapete con el emblema de las Reales Maestranzas esté hecho a la medida de la mesa, pero en ese caso, de no disponer de una alternativa, al menos podría disimularse la cortedad de las dimensiones, situando a ambos lados algún elemento de ornato, como el mas recurrido y adecuado al escenario donde se desarrolló el acto, que pueden ser floral, como una sugerencia muy socorrida, pero por lo general, también útil.
Y además, esta circunstancia, que es posible que sólo aprecien los profesionales que nos dedicamos a la organización de eventos, contrasta con el espíritu formal y ceremonial de las Reales Maestranzas de Caballería, y donde participaron no sólo los maestrantes de cada institución , sino además los caballeros y las damas de la de Zaragoza.
Se imaginan que este detalle, por ejemplo, no se cuidase en la ceremonia de entrega de los premios Príncipe de Asturias, asimismo con la presencia de miembros de la Familia Real? . Alguien podría decir que sería una chapuza que desmerece a la elegancia del propio acto.

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La campaña

Las campañas electorales cada vez son más monótonas. Atienden a una estrategia de marketing y comunicación que diseñan los partidos y adaptadas a sus necesidades. Es cierto que ya no hay ese atosigamiento publicitario de vallas y carteles. Ahora todo se diluye de forma más sofisticada, utilizando las redes sociales y por supuesto, los medios de comunicación generalistas. Los mítines están hechos a la medida de quien los protagoniza, que sólo tiene quedar el mensaje que quieren escuchar los que asisten y que por lo general, son prosélitos, o sea, que ya están convencidos.
Esta última campaña para las elecciones europeas ha transitado por la senda de la apatía generalizada. Es obvio que no se trata de un proceso electoral con el “tirón” o atractivo de unos comicios generales o municipales y donde el ciudadano, por esa proximidad, se involucra más y se hace más participativo. Y por ello, su repercusión mediática no ha tenido el impacto de anteriores; ni siquiera el debate televisado entre los dos cabezas de lista de los dos grandes partidos políticos estatales.
Consecuentemente, su puesta en escena tampoco ha sido primorosa ni ha tenido el efecto llamada de acciones precedentes. No han proliferado grandes mítines en suntuosos escenarios o espacios, hubo menos espectáculo electoral. Y ello, lógicamente, afecta a la organización y montaje de esa parafernalia, generalmente asumida por empresas de eventos que en este tipo de actividades, suelen tener siempre una demanda y por lo tanto, volumen de negocio.
Los eventos políticos de un tiempo a esta parte, están bajo sospecha y por lo tanto tampoco pasan por su mejor momento. Los grandes montajes se minimizan y sólo se reservan para determinadas grandes ocasiones con la participación de sus primeros líderes y el mejor elenco de actores del partido. Los demás montajes, se han vuelto sobrios- claro que esto también es cosa de la crisis económica y las drásticas reducciones de presupuestos, que también afectan cómo no, a las organizaciones políticas-; una sobriedad digna, pero sobriedad a la postre, con menos espectáculo audiovisual, pero con elementos básicos de imagen y sonido. Se buscan además espacios que garanticen un lleno de público, sin necesidad de convocar a una gran masa, por lo que el convocante siempre quedará bien y no temerá hacer el ridículo que se produce cuando un aforo queda a medias, aunque siempre buscan excusas, que por algo son profesionales de lo artificial.
Y por otro lado, la vigente Ley del Régimen Electoral (5/1985 de 19 de junio), en su artículo cincuenta impide la realización de “cualquier acto organizado o financiado, directa o indirectamente, por los poderes públicos que contenga alusiones a las realizaciones o a los logros obtenidos, o que utilice imágenes o expresiones coincidentes o similares a las utilizadas en sus propias campañas por alguna de las entidades políticas concurrentes a las elecciones”. Y al mismo tiempo, prohíbe “realizar cualquier acto de inauguración de obras o servicios públicos o proyectos de éstos, cualquiera que sea la denominación utilizada”.
O lo que es lo mismo, lo políticos durante la campaña no pueden protagonizar ningún acto protocolario, o lo que es lo mismo, no pueden descubrir placas o cortar cintas.
¡Qué sopor!, dirán algunos.

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