El reciente incidente protagonizado por un empresario catalán que le negó el saludo al príncipe Felipe en el marco del Congreso Mundial de Móviles celebrado en Barcelona, pone de manifiesto dos cosas. La primera, que las ínfulas separatistas no tienen medida, y ya hemos comentado que esto también afecta a protocolo, a tenor de otros desencuentros y sin aludir al permanente incumplimiento del uso de la bandera de España en organismos actos oficiales de la Generalitat. La segunda, que esa persona es una maleducada.
Las imágenes, además captadas con móvil- será por la coincidencia de haberse desarrollada dicha escena de descortesía hacia el heredero de la Corona, en el marco del Mobile World Congress- han saltado a todos los medios de comunicación, tanto los convencionales como a través de las redes sociales. A lo mejor ese era el objetivo del protagonista de ese desaire hacia SAR. Claro que también, queda para la incertidumbre saber que hubiese ocurrido si el hijo de nuestro rey no hubiese reculado y se dirigiese hacia quien le había negado el saludo para decirle que por educación, debería haberle saludado. Pero rehusó hacerlo por ese principio básico de la cortesía y la buena educación y si lo hizo, el no saludarle claro, en aras a su reivindicación independentista reclamando que quería votar- la independencia, claro-.
Y no hacía falta que le explicase al Príncipe que no eran amigos- creemos que este tipo de amigos nunca son recomendables-. Y todo esto, además, otro mal gesto de desconsideración hacia la dignidad, tuteándole en plan colega.
A tenor de estos acontecimientos, cada vez que un alto representante del Estado, sea del Gobierno o de la Corona, viaje a Cataluña en el desempeño de sus funciones inherentes al cargo que ostentan, van a tener que sopesar todas y cada una de las posibilidades o avatares que pueden acontecer en un acto, porque ya no es cuestión de protocolo. Es cuestión de saber donde tiene que estar cada uno, desde el jefe del Estado, que es el Rey, hasta el presidente de la Generalitat quien además, ejerce un cargo consagrado por la Carta Magna que le confiere rango de representante ordinario del Estado en su autonomía y además, “un presidente, elegido por la asamblea, de entre sus miembros, y nombrado por el Rey”.