Artículos, protocolo

El himno

La cantante Marta Sánchez ha convulsionado una parte de la sociedad española, al interpretar el himno nacional con una particular versión suya, dado que como todos saben, nuestro himno carece de letra. Lo hizo en el colofón de su concierto ofrecido en el Teatro de la Zarzuela de Madrid con motivo de sus treinta años de trayectoria musical.
Bañada por unos haces de luz, en rojo y amarillo-vistiendo en tono rojo- y únicamente acompañada por un piano, la intérprete revolucionó a los espectadores que estaban siguiendo en aquel momento su recital, pues no aguardaban semejante broche final. Por lo menos, fue poco ortodoxo en este tipo de conciertos y donde el público acude para deleitarse con las conocidas melodías de la cantante. “Rojo, amarillo, colores que brillan en mi corazón”, dice una parte de su versión cantada de nuestro himno nacional.
Y es que a raíz de esta insólita interpretación, se ha vuelto a suscitar el debate-y la polémica- en torno a la necesidad de que el Himno de España tenga letra propia, como la mayoría de los himnos y de manera que cuando suene, deje de tararearse al son de los acordes como hasta ahora se viene haciendo. Y precisamente, hace casi tres años, escribíamos un artículo en el que hacíamos referencia sobre esta circunstancia. “Nuestro himno reclama una letra. Es algo obvio, el problema es, ¿quién se atreve a ponerle letra en esta España tan diversa?”, comentábamos entonces.
La cuestión es que esta situación es como el Guadiana. Aparece y desaparece. Cuando algo o alguien promueve el tema, se focaliza la atención durante un espacio de tiempo, pero poco a poco se acaba diluyendo y nuestro himno sigue sin letra y continuamos abocados a tararearlo con un tenue movimiento de labios, cuasi imperceptible. Posiblemente, si tuviera letra, se apagarían mejor los silbidos en los estadios de fútbol.
Como señalábamos en aquel comentario, la cuestión radica en que se dote al Himno de una letra aséptica, que no moleste a nadie, esto es, a ningún vecino de arriba o de abajo, del este o del oeste, algo que ahora mismo y tal como está esta España nuestra a la que también cantaba otra de nuestras grandes intérpretes, Cecilia, se nos antoja misión harto complicada. Porque nuestra España, ya no es tan “invertebrada”, a decir de Ortega y Gasset quien hablaba de nuestro país como una “masa homogénea, sin discontinuidades cualitativas ni sin confines interiores”. Por ello, buscar una letra que suene bien a gusto de todos, es como buscar el Santo Grial. Y eso que sólo hablamos de una canción.

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Estereotipos británicos

El rotativo británico The Times a través de un artículo firmado por el periodista Chris Haslam, redactor jefe de la sección del Viajes del mismo, ha encendido las redes sociales y ha provocado una singular catarsis social, debido a las afirmaciones vertidas en lo que quiso ser una especie de “manual sobre cómo ser español”. La polémica que ha suscitado estriba en las aseveraciones donde algunas se interpretan como desprecios o insultos hacia nuestros compatriotas, puesto que no tiene reparos en decir que somos “gritones, impuntuales o malhablados.
Aunque al parecer ese artículo está hecho en tono irónico, lo que nadie duda es que vierte una desvirtuada visión del español, pues es obvio que no quedamos en buen lugar y por supuesto, a saber cómo lo interpreta el ciudadano británico que con estos “consejos perniciosos” viaja a España y pretende encontrar a este estereotipo de español y de paso que aprendan ser españoles”. O sea, que se “mimeticen” con nosotros. Y otro ejemplo de lo que dice: “en España hay un gran desprecio por la puntualidad (hasta el punto de que llegar a la hora acordada se considera «bastante grosero»), no hace falta decir «gracias» ni «por favor» y que el español no es un idioma hablado, sino «gritado».
Claro que tampoco los turistas que vienen de las Islas (británicas) son un dechado de virtudes. Es evidente que hay de todo en la viña del Señor, pero las fechorías quedan perpetradas públicamente cuando aparecen en los medios de comunicación y son protagonizadas precisamente por ciudadanos del Reino Unido. Nadie es ejemplo de nadie. Cada cual tiene que saber comportarse de acuerdo con la educación recibida y ahora tampoco es necesario aludir a aquel término despectivo de la “Pérfida Albión”, una expresión utilizada para referirse al Reino Unido en tono peyorativo, cuando no hostil y dentro de un contexto anglófobo.
En una enciclopedia de la Cortesía y el Trato Social, editada hace sesenta años, recomendaba, cuando se viajase a un país extranjero, que procedía “un respeto a la tradición del país que se visite en todas sus manifestaciones, aunque no comulguemos ni comprendamos sus principios”. Curioso consejo cuyo propósito no era otro que demandar siempre y en todo momento una civilidad y unos modales, que a la postre es de lo que se trata. Por eso esta imagen desvirtuada que se ha dibujado en dicho prestigioso medio de comunicación, aunque pueda asemejarse anecdótica, es obvio que es rechazable y por supuesto censurable y sobre todo cuando el periodista recomienda a sus compatriotas que vengan a España olvidar «las nociones anglosajonas de educación, discreción y decoro». Qué procaz ironía.

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El Toisón

El salón de Columnas del Palacio Real se revistió de gran solemnidad para acoger una ceremonia de tanto abolengo como es la imposición del Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro. El rey, Felipe VI, se la impuso a la Princesa de Asturias Leonor. O lo que es lo mismo, el padre condecoró a su hija mayor. Lo mismo que en su momento, Juan Carlos I hizo con su hijo cuando era príncipe y como heredero de la Corona.
Hasta ahora ha sido el único Collar de la Orden que concede nuestro actual monarca desde su proclamación. Y qué mejor manera de hacerlo con su primogénita y además coincidiendo con el cumpleaños del soberano. Le fue otorgado por RD de 30 de octubre de 2015, oído el Consejo de Ministros.
Su origen se remonta a 1430, habiendo sido instituida por El Duque de Borgoña Felipe III y fue su nieto, el emperador Carlos V o I de España quien lo trajo hasta nosotros (1520) y desde entonces, se trata de la más alta condecoración que concede el Rey, en su condición de Gran Maestre de la Orden. El Toisón lo han recibido reyes y miembros de familias reales y relevantes personalidades aristocráticas, políticas o militares, tanto españolas como extranjeras.
Nuestros dos reyes, Juan Carlos I y Felipe VI, poseen esta alta distinción. El Collar que recibió la Princesa de Asturias perteneció a su su bisabuelo, don Juan de Borbón. Los collares son propiedad de la Orden, a la que deben devolverse a la muerte de cada titular. Hasta el día de hoy, se a entregado un total de mil doscientas condecoraciones.
Esta distinción está inspirada en el mito de Jasón y consta de un collar de oro con las armas de los Duques de Borgoña, del que cuelga el Toisón o Vellocino, también de oro.
Como decimos, esta pasada ceremonia, desarrollada siguiendo las más estrictas pautas del ceremonial protocolario, sirvió para que durante un espacio de tiempo, la Casa Real centrase todas las miradas y nos desviásemos del folletín independentista del eje Barcelona-Bruselas y cuyos protagonistas pasan de cumplir normativas y reglamentos y esto del Protocolo de Estado les suena a música celestial con tintes de sardana-basta por ejemplo comprobar como “pasan” de exhibir la bandera del Estado español en sus comparecencias públicas, cuando por Ley están obligados-.
Lo dicho, con esta ceremonia, el Palacio Real fue un oasis en la convivencia española.

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El piropo como galanteo

La reciente campaña promovida por el Instituto Andaluz de la Mujer y el Instituto Andaluz de la Juventud bajo el lema “No seas animal” y con la que se pretende “prevenir una forma de violencia de género socialmente aceptada, que normaliza el papel de las mujeres como objetos sexuales” y en concreto contra el acoso a las mujeres en la calle dirigida, especialmente, a los jóvenes, ha suscitado sus pros y sus contras.
Primordialmente porque una de las cuestiones que se censuran se refiere a comentarios sexuales explícitos o implícitos que los hombres hacen cotidianamente a las mujeres en las calles y alude a determinados piropos que denotan “comportamientos no son propios de personas”. Entre los perfiles que describe esa campaña como tal “fauna callejera” figura “el cerdo” que «te grita barbaridades»; “el gallito” que «te dice piropos a unos metros de distancia» o “el gorrión” que «reclama tu atención silbándote».
El #piropo o requiebro siempre ha formado parte de las #relaciones sociales, pero siempre, como dice el DRAE como “dicho breve con que se pondera alguna cualidad de alguien, especialmente la belleza de una mujer”, y obviamente, nunca faltando al #respeto. Ya en el siglo XVIII, el “Diccionario de Autoridades”, primer repertorio lexicográfico de la Real Academia Española se refería al requiebro como “el dicho o palabra dulce, amorosa, atractiva, con que se expressa la terneza del amor”. Y si acudimos al “Manual del Cortejo” editado en 1839, hablaba del piropo como “obsequios metafísicos-vulgo requiebros-“ que “cada cual los dice según su talento, su erudición… Y recoge que “Hay amantes minerales que con rubíes, topacios, esmeraldas y diamantes dan requiebros lapidarios”.
Claro que todo esto, tan metafísico, nada tiene que ver con el objeto de esa campaña que quiere combatir esas frases que entiende generan violencia de género y acoso a la mujer por el contenido que encierran y que es evidente que poco tienen que ver con un mensaje de admiración y ternura o como un gesto de #galanteo más propio del origen de propio piropo y que además incluso han propiciado una literatura específica, pues publicaciones sobre requiebros hay un montón desde siempre.

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