La sesión constitutiva de la XI legislatura las Cortes Generales pasará a la historia más que por la solemnidad de la misma, que debe ser lo habitual y tradicional, por su peculiaridad anecdótica y que ha sido reflejada hasta la saciedad en los medios de comunicación.
La irrupción en el sistema del poder por parte de representantes de formaciones comúnmente conocidas como “antisistema” (aunque parece una contradicción) o populistas ha permitido presenciar en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo o la Plaza de las Cortes unas escenas hasta ahora poco frecuente en dicho espacio parlamentario.
El decoro parlamentario se entiende principalmente por la observancia de unas normas básicas de comportamiento y de respeto y trato. Lo de la vestimenta, sin estar obligado, se sobreentiende que cada cual vestirá en consonancia con el lugar y el grado de ceremonia. No obstante, es oportuno traer a colación las normas establecidas sobre vestimenta «decorosa» para acceder al Congreso que acordó la Mesa de la Cámara Baja el 21 de junio de 2011, impulsadas el entonces presidente del Congreso, José Bono. En ellas se indica que «el acceso y la circulación por los edificios del Congreso de los Diputados deberá efectuarse con la vestimenta adecuada al decoro exigible». Las mismas se sustentan en «unos criterios, mínimos pero claros, que permitan compatibilizar la propia imagen que cada ciudadano quiera tener con el respeto a la dignidad y decoro de la Cámara».
La etiqueta de la Cámara exige en los actos solemnes traje oscuro caballeros y vestido corto damas. La cuestión es quien determina la solemnidad, la institución o queda a criterio de cada parlamentario. Una sesión constitutiva obviamente siempre es solemne.
Por cierto, en las aludidas normas se especifica que los ujieres serán los encargados de velar por su cumplimiento e «impedirán la entrada a quienes no se adecúen a las mismas». Lo tienen claro…y difícil de ejecutar.
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Las fórmulas
Nada más asumir el poder, ya ha marcado la línea de trabajo: romper con lo que el sistema establece y no acatar las normas que regulan el funcionamiento de un Estado. Nos estamos refiriendo a la sesión de investidura de Carles Puigdemont como nuevo presidente de la Generalitat de Cataluña. Primer detalle: en el espacio donde se celebró la ceremonia, sólo estaba la bandera de Cataluña, cuando la ley (39/81) obliga a exhibirla junto a la de España.
En la misma, en lugar de utilizar la fórmula legal para la toma de posesión de cargos o funciones públicas (real decreto707/1979, de 5 de abril), optó por responder a la pregunta que le hizo la presidenta del Parlamento autonómico “¿Prometéis cumplir lealmente las obligaciones del cargo, con fidelidad a la voluntad del pueblo de Cataluña representado por el Parlament?”, y lo hizo con un “si prometo”. De esta manera obvió lo que recoge dicha disposición “Juráis o prometéis por vuestra conciencia y honor cumplir fielmente las obligaciones del cargo… con lealtad al Rey, y guardar y hacer guardar la Constitución, como norma fundamental del Estado?”. O lo que es lo mismo, no contempló la normativa legal.
El nuevo titular del Gobierno catalán, cuando tomó posesión como alcalde de Gerona usó la fórmula propuesta por la Asociación de Municipios por la Independencia que añadía al juramento o promesa previsto por la ley una frase: «Anuncio que resto a disposición del nuevo Parlamento, del presidente y del gobierno de la Generalidad de Cataluña que surja de las elecciones del 27 de septiembre de 2015 para ejercer la autodeterminación de nuestro pueblo y proclamar, junto con todas nuestras instituciones, el estado catalán libre y soberano».
Pero esta semana ha habido otras dislocaciones de la normativa en vigor. Los diputados de PODEMOS en su toma de posesión en el Congreso, han utilizado la fórmula de «trabajar para cambiar la Constitución» e incluso otros añadían una declaración particular, como su secretario político, Íñigo Errejón, quien agregó: “Nunca más un país sin su gente y sin sus pueblos. Por la soberanía del pueblo, por una España nueva, per la fraternitat entre els pobles. Porque fueron, porque somos, serán. Nunca más un país sin su gente».
Los inventos, mejor con gaseosa. Son más inofensivos.
Vandalismo
Ya hemos comentado otra vez como el vandalismo es una lacra social que es necesario combatir, aun cuando resulte difícil hacerlo, pero al menos hay que intentarlo desde la base. Porque una cosa es hacer una gamberrada, que siempre las hubo, y otra muy distinta es perpetrar un delito, y las acciones vandálicas lo son.
El vandalismo es un concepto que puede utilizarse para aludir a la destrucción propia de los antiguos vándalos, supone .una conducta destructiva que no respeta la propiedad ajena. Recordemos que los vándalos eran un pueblo bárbaro de origen germánico oriental que quedó perpetuado en la historia como símbolo del salvajismo y de la falta de civilidad y consecuentemente el término vándalo se utiliza para describir a la persona que comete acciones propias de la gente salvaje.
Estas actuaciones son recriminables, porque sus autores, que generalmente quedan siempre en el más absoluto anonimato, transgreden cualquier norma o pauta de actitud pública civilizada. Quienes actúan conculcando las más mínimas reglas de convivencia urbana, lo hacen porque adolecen de una educación básica, porque nadie se ha preocupado de explicarles qué es eso del civismo o de la civilidad. O sencillamente, porque el sistema falla.
Obviamente no es fácil erradicar el vandalismo urbano. Por ello es importante concienciar y sensibilizar a la sociedad que una convivencia se sustenta en el respeto de unos con otros. Y todo eso es preciso inculcarlo desde la raíz, formando a nuestras generaciones en la necesidad de crecer con valores y que éstos les permitan comportarse con civilidad, labor esta que hay que empezar a ejercerla en el seno familiar.
Puñetazo, educación y valores
La agresión sufrida por el presidente del Gobierno en Pontevedra cuando estaba paseando con motivo de la pasada campaña electoral y donde un joven, menor de edad, le propinó un puñetazo, ha puesto de relieve varias circunstancias.
Una, la crispación que está instalada entre la clase política, sumida en una visceralidad nada civilizada y propiciada por parte de sus dirigentes quienes como soporte argumental utilizan auténticos dardos envenenados en forma de diatribas que no tienen sitio dentro de la mera oratoria.
Otra, que estamos inmersos en una sociedad donde se han perdido los valores y por ende, la educación y el respeto. Porque va más allá de una cuestión de orden público el hecho de agredir a un alto representante del Estado. Es además una cuestión de formas. Porque si un joven decide tal actitud y protagoniza este episodio violento, significa que el sistema falla. Significa que no ha recibido una correcta educación basada en el respeto hacia los demás-que además, empieza por el respeto hacia uno mismo- y en el fundamento de unos valores que sirven para articular cualquier sociedad civilizada.
Cuántas veces hemos comentado la necesidad de educar adecuadamente a nuestra juventud y a complementar su formación académica con la humanística. A enseñarles la importancia de tener buena educación. Un joven educado es menos proclive a comportarse como un vándalo, de esos que queman contenedores o vuelcan papeleras. Y por supuesto no pretendemos demonizar a nuestra juventud.
Las discrepancias en la forma de pensar jamás deben traspasar la delgada línea de la civilidad. El peso de las palabras no puede conllevar un lastre más allá de la oratoria. Hay que respetar siempre la opinión del adversario que es precisamente eso, adversario, pero no enemigo, término éste únicamente admisible para contiendas bélicas.