Reiteradamente insistimos en proclamar que una cámara legislativa no es un escaparate, o, parafraseando a la presidenta del Congreso, Ana Pastor, no es un “tendedero”- y claro, luego nos extrañamos que exclame “in sotto voce”, expresiones como “Bendito sea Dios”, cuando termina un debate plenario, frase que denota su “agotamiento mental” después de tener que lidiar con unos y otros diputados que sucesivamente, con sus intervenciones, rompen la quietud cameral pero, sobretodo, vulneran el llamado “decoro parlamentario”.
Y hace unos días, también la Cámara legislativa gallega acogió otro “espectáculo” articulado en una puesta en escena con soportes físicos. Para entendernos. El diputado que protagonizó este “gesto mediático”-pues ese es el objetivo de estas actuaciones camerales, que se focalicen en los medios-, esgrimió, primero una bandera gallega con la estrella comunista, que colgó como en un tendal en el frontal de la tribuna de oradores y después, un par de fotos de Felipe VI que procedió a romper para visibilizar su mensaje de discrepancia.
La cuestión era pedir por parte de este parlamentario del grupo nacionalista, la derogación de la Ley de Seguridad Ciudadana, que la oposición tilda como la “Ley Mordaza”, cuando se debatía una iniciativa para que la Xunta instase al Gobierno a que dejase sin efecto su aplicación. «Ni romperlas ni quemarlas es delito, sino un legítimo acto de discrepancia política», exclamó este diputado. Bueno y dijo que no quemaba las fotos porque estaba en un espacio cerrado. Menos mal que mostró algo de civismo, aunque con su actitud, muy poco de civilidad.
Obviamente, fue replicado, y censurado, por el portavoz del grupo popular, quien le hizo una llamada a orden por su falta de decoro y de respeto a la figura del monarca y además, matizamos, utilizando el espacio foral como una caja de resonancia. Porque una cosa es la libertad de expresión y otra, aprovechando este ejercicio, incurrir en actitudes que están más cerca del esperpento-con permiso de Valle Inclán- que del comportamiento cívico y correcto.
Lamentablemente, como decimos, de un tiempo a esta parte, asistimos a estas deplorables escenas. Decía el erudito ensayista Pedro Laín Entralgo “Es corriente la afirmación de que el Parlamento es el templo de la palabra El lenguaje parlamentario debe ser suasorio. No debe ser, pues, piedra de honda lanzada contra el que oye. Debe tratar no de herirle, no de vulnerarle, no de quebrantarle, sino de convencerle”.
Archivos Mensuales: abril 2018
Dos reinas para un reinado
Como todos saben, España cuenta con dos reinas. Una consorte y otra honorífica o emérita. Hasta aquí, todo de acuerdo con la legislación vigente. Esto no resulta un problema, pues cada cual sabe dónde está su sitio, al margen de que el propio protocolo ya lo contempla, pues la esposa de Felipe VI tiene una función claramente definida y la madre del monarca también e incluso la agenda social de la Casa Real, ya tiene en cuenta estas circunstancias y siempre el papel más preponderante le corresponderá a la soberana consorte del monarca actual.
Cabe recordar que el Consejo de Ministros había aprobado un Real Decreto que modificaba el actualmente vigente desde 1987 sobre Régimen de títulos, tratamientos y honores de la Familia Real y mediante el cual, Don Juan Carlos de Borbón y doña Sofía de Grecia, padres del actual rey, “continuarán vitaliciamente en el uso con carácter honorífico del título de Reyes, con tratamiento de Majestad”. A efectos de precedencia protocolaria, van a continuación de sus nietas, las infantas Leonor y Sofía.
La actual Familia Real la componen los reyes Felipe VI y Doña Leticia, Su Alteza Real, la Princesa de Asturias, Leonor, Su Alteza Real, la Infanta Sofía y los reyes eméritos, Sus Majestades don Juan Carlos y doña Sofía. Dentro de la estructura organizativa de la Casa de Su Majestad el Rey se creó la Secretaría de Su Majestad el Rey Don Juan Carlos, que también presta los apoyos necesarios a la Reina Doña Sofía.
En cuanto a las hermanas del monarca, doña Elena y doña Cristina, ambas infantas, forman parte de la Familia del Rey. La primera ostenta el título de la duquesa de Lugo y la segunda, como se informó, está desposeída del mismo por parte de su hermano -“he resuelto revocar la atribución a Su Alteza Real la Infanta Doña Cristina de la facultad de usar el título de Duquesa de Palma de Mallorca», RD publicado en el BOE-. Sus comparecencias públicas son mínimas y menos por parte de doña Cristina.
Esta es la composición orgánica de nuestra Corona actual. Por eso cuando surge un “rifirrafe” entre dos reinas por el posado de una foto, se produce la dualidad: una abuela que se quiere fotografiar con sus nietas y una madre que tiene prisa por evitarlo y una reina emérita que está en un acto “oficial” junto a los actuales reyes y que se le ocurre hacerse una fotografía con la Princesa de Asturias y la infanta que lleva su mismo nombre. Y como tal acto oficial, se rige por un protocolo. Lo viral muchas veces es más bien vital. La vida no siempre es protocolo
Ciudadanía ejemplar
“Todos ven lo que pareces, pero pocos comprenden lo que eres”. Esta lacónica frase es del escritor, pensador y estadista florentino, Nicolás Maquiavelo. Pues bien, nos sirve para abrir este artículo en el que nos queremos referir al comportamiento público de nuestra clase política y sobre todo para contextualizar lo sucedido recientemente con una representante de la cámara legislativa gallega.
Nos estamos refiriendo a la diputada Paula Quinteiro, militante de Podemos y miembro del grupo parlamentario de En Marea en la Cámara gallega quien, como se difundió en medios de comunicación, intervino durante una actuación policial en Santiago de Compostela y cuando los agentes intercedían en un acto de vandalismo. Pues bien, según los agentes, la parlamentaria intentó obstruir la identificación de una persona y amenazó a estos con interponer una “interpelación parlamentaria por la actuación policial”, además de afirmar que estaban “interfiriendo en su labor parlamentaria”.
Este es el resumen de la película cuya protagonista está dando muchas tardes políticas de gloria incluso entre sus correligionarios de filas políticas. Y obviamente, la interfecta tiene otra versión de los hechos, por supuesto, más conciliador.
Pero aquí lo que subyace y por este motivo hacemos este comentario, es que cualquier representante público, lo hemos dicho en repetidas ocasiones, tiene que comportarse de forma ejemplar, impoluta, pasar prácticamente inadvertido en su papel como ciudadano. El único lugar donde legítimamente tiene que actuar y “dar la nota” política es en aquella institución a la que corporativamente pertenezca. Fuera de ella, es un ciudadano más y como tal tiene que formar parte del entramado social como un vecino más, compartiendo espacios convivenciales y sometido a las normas sociales del elemento común. No es necesario esgrimir ninguna identificación de su función pública. Cuando pasea por la vía pública, lo único que tiene que hacer es recoger las inquietudes de sus convecinos que le son necesarias para cumplir con su “labor parlamentaria”.
Convendría que nuestros diputados recordasen lo que afirmaba Ortega y Gasset: “Fue instituido el Parlamento a guisa de máquina expansionadora de la política”. Pues que se expansionen exclusivamente dentro de sus sacras paredes.
Juventud y violencia de género
A veces los resultados de determinadas encuestas o informes nos inducen a una profunda reflexión, o al menos nos debería inducir a un minucioso análisis de los mismos, más allá de los siempre fríos guarismos o seudointerpretaciones que se proporcionan. Aludimos por ejemplo al elaborado por el Centro Reina Sofía sobre “Adolescencia y Juventud” de la Fundación de Ayuda contra la drogadicción (FAD).
Según este barómetro correspondiente al 2017 y que responde al ProyectoScopio, el 27,4 por ciento de los jóvenes ve normal la violencia de género en la relación de pareja. Traduciendo, uno de cada cuatro jóvenes. Casi un 7 por ciento cree que es un problema inevitable que, “aunque esté mal, siempre ha existido”. Otro dato apunta que más del 20 por ciento, en un arco de edad de 15 a 29 años, considera que la violencia machista es “un tema politizado que se exagera mucho”. Para los encuestados, como violencia de género se entiende “agredir o insultar”.
Esta macroencuesta de la FAD abarcó un universo de 1.247 jóvenes, de los cuales más del ochenta y siete por ciento considera el tema como “un problema social muy grave”.
Como comentamos, todo esto nos induce a una reflexión y preguntarnos que le sucede a nuestra sociedad. ¿Qué mal endémico afecta a nuestros valores?. ¿Qué educación están recibiendo nuestros hijos para que haya un significativo porcentaje que de alguna manera “ve normal” que en una relación personal con la pareja pueda darse esa violencia de género…
Cualquier relación ha de estar presidida por una actitud de respeto mutuo. Ya no es cuestión de profesar un afecto personal que conlleva el amor entre dos personas. Es simplemente, como decimos, una actitud de respeto. El historiador, ensayista y filósofo griego Plutarco, aconseja en sus “Obras Morales” apartar a niños y jóvenes del lenguaje obsceno y que se ejerciten en “una vida modesta, el refrenar la lengua, el estar por encima de la ira y el dominar las manos”.
Cuántas veces se a dicho que nuestra juventud actual está inmersa en un estatus de comportamiento bastante precario y que no interioriza el significado de los valores que rigen la vida humana, de ahí que se diga siempre que la sociedad de hoy atraviesa una crisis de valores.
Consiguientemente, informes como el antes aludido deben preocuparnos si queremos que nuestros jóvenes sepan conducirse por la senda correcta.