Lo acontecido con Artur Mas y sus desencuentros supuestamente protocolarios- matización por nuestra parte-, con los representantes del Estado, que es España, no obedecen a ningún problema de protocolo, como se han ocupado de subrayar fuentes de la Generalitat. Es cuestión de una estrambótica o aleatoria interpretación de lo que dictan las propias disposiciones que regulan el protocolo.
Pasó, como aquí ya hemos comentado, con su presencia en el acto de entrega de las Medallas de Honor y de los Premios Carles Ferrer Salat que concede la patronal Foment del Treball y esta misma semana, con su pretendida participación en el I Foro Económico del Mediterráneo Occidental, celebrado en Barcelona. De momento el escenario es Cataluña, pero no nos extrañe que se pueda reproducir en otros lugares.
Para la Generalitat «No hay problemas protocolarios, hay imposiciones protocolarias que generan problemas». Y esta es la cuestión. Porque el protocolo jamás es resultado de una imposición, es tan sólo la aplicación de una normativa oficial que lo regula y establece unas prelaciones en función de un rango, colegiado o individual. No hay que inventar nada. Todo está perfectamente especificado, porque además esa es la filosofía y la esencia del propio protocolo: disciplina y orden.
Cualquier otra forma de entender las cosas, es mera interpretación gratuita de toda la casuística en la materia, pero interpretación subjetiva que a veces deriva en torticera. Ello deriva en tensiones y discrepancias institucionales, de ahí la conveniencia de abogar por una paz protocolaria dentro de este ambiente contaminado.
Quienes desempeñamos nuestra actividad profesional en este ámbito, utilizamos la normativa como principal herramienta de trabajo y la aplicamos en cada caso concreto, según sea menester. Por ello, necesitamos que esa materia legislativa esté actualizada y no presente lagunas, como sucede con nuestro Real Decreto 2099/83 de 4 de agosto. Pero mientras esté vigente y no sufra modificaciones, es del que echamos mano en todo el territorio, aún considerando excepcionalmente las normativas propias de aquellas autonomías que disponen de ellas.
Pero es que también, junto a ese instrumento fundamental que constituye la norma, asimismo es primordial el sentido común. Sentido común por parte de los actores que participan en un acto y que en su condición de tales, cada uno tiene que saber el papel que interpreta, siguiendo el guión, que es la norma. Ciertamente, tienen que interpretar. Pero no la aplicación de la disposición legal, sino el papel que se les asigna en el guión.